”El catecismo fue un fruto profético del Concilio Vaticano II”
El cardenal Karlic, miembro de la comisión redactora, cuenta algunos particulares
Por H. Sergio Mora
ROMA, martes 23 octubre 2012 (ZENIT.org).- La iniciativa de elaborar un catecismo universal partió del Sínodo de los Obispos de 1985, convocado para celebrar los 20 años del Concilio Vaticano II. Los obispos le manifestaron a Juan Pablo II su deseo y el papa inmediatamente hizo suya la idea. ”El catecismo fue un fruto profético del Concilio Vaticano II”, afirma el cardenal argentino Karlic, miembro de la comisión redactora.
En la obra extraordinaria que es el catecismo se ha manifestado la naturaleza colegial del Episcopado, se ha atestiguado la catolicidad de la Iglesia, con un contenido que expresa la sinfonía de la fe. Vale decir que es un verdadero fruto profético del Concilio Vaticano II. Lo dijo el cardenal argentino Estanislao Esteban Karlic, 86 años, miembro de la comisión redactora, en entrevista exclusiva a ZENIT, en la que manifestó algunos entretelones poco conocidos por el gran público sobre la elaboración del Catecismo de la Iglesia Católica.
¿Cuál era el catecismo universal anterior al actual?
–Cardenal Karlic. En la historia de la Iglesia solamente hay un catecismo semejante, es el de san Pío V, llamado Catecismo del Concilio de Trento o Catecismo de los Párrocos, publicado en el siglo XVI, poco después de la invención de la imprenta. Fue un ejemplo a seguir por su gran valor. El actual Catecismo de la Iglesia Católica sin embargo tiene novedades que lo enriquecen no solamente en el aprovechamiento del Magisterio Pontificio de los últimos tiempos, sino también en la atención de los problemas contemporáneos. El Catecismo Tridentino y el de la Iglesia Católica son los dos únicos en las historia que fueron aprobados por un papa y destinados a toda la Iglesia.
¿Cómo nace esta idea y por qué un nuevo catecismo?
–Card. Karlic: Los obispos del sínodo que celebraba los 20 años del Concilio consideraban que era necesario elaborar un compendio de toda la doctrina católica, sobre la fe y moral, que sirviese como punto de referencia para los catecismos que se habrían de redactar en las diversas regiones del mundo, para su mayor acercamiento a las diversas culturas. Después de 500 años de haber publicado el anterior catecismo universal, pareció oportuno tener una síntesis de la doctrina apostólica que respondiera a las grandes cuestiones planteadas por la cultura contemporánea sobre Dios, el hombre y el mundo. En tiempos del Concilio Vaticano II se había planteado la pregunta sobre un nuevo catecismo, pero la inquietud no prosperó. Con el sínodo de 1985, en cambio la iniciativa fue considerada oportuna y el papa la asumió.
¿Cómo fueron los primeros pasos en la elaboración del Catecismo?
–Card. Karlic: El Santo Padre a principios de 1986 constituyó una comisión de doce cardenales y obispos que debían conducir toda la obra y un comité de redacción de siete miembros a quienes se unió el secretario de redacción. El presidente de ambas comisiones era el entonces cardenal Ratzinger, quien conducía admirablemente las reuniones. Siempre se buscó entre los participantes una representación de la universalidad de la Iglesia.
¿Usted fue convocado para la redacción del Catecismo?
–Card. Karlic: Fue una gracia de Dios inmensa. Me incorporé al comité de redacción que ya estaba formado en un segundo momento. Otro de los miembros que se incorporó fue el secretario de redacción, el actual cardenal Schonborn, entonces profesor de teología en Suiza. Cuando ingresamos ya existía un texto fundamental sobre el cual debíamos trabajar. El trabajo naturalmente era distribuido a los subgrupos para después entregarlo en las reuniones conjuntas. De esta manera se redactó el texto que llegó a tener nueve versiones sucesivas.
¿Cómo se consultó a toda la Iglesia?
–Card. Karlic: La versión llamada “proyecto revisado”, que se consideró válida para una consulta universal, se envió a todas las diócesis del mundo debidamente preparada para que las observaciones que se mandaran fueran bien aprovechadas. Las respuestas fueron unas 25.000, un número extraordinario.
¿Y con las respuestas cómo hicieron?
–Card. Karlic: Para estudiar las respuestas tuvimos una larga reunión en los alrededores de Roma. Las revisamos una por una, incluso las que llegaron después del término fijado. Fue emocionante ver la manifestación de la unidad de la fe, de las diversas partes de la Iglesia, en la aceptación fundamental del texto y de la pasión por la verdad en la búsqueda de las expresiones que se juzgaban las más adecuadas para manifestar el misterio cristiano revelado. Ese momento fue clave en el proceso de redacción. Un trabajo tan delicado no se podía llevar adelante sin la gracia del Señor, como decía con gozo sereno y profundo uno de los obispos cercanos a nuestra tarea.
Entre las observaciones ¿cuáles recuerda?
–Card. Karlic: Una observación importante que se aceptó sin demora fue la de dar más relieve al tratamiento de la oración. En el texto de la consulta se había propuesto que la oración fuera el epílogo de todo el Catecismo. Las respuestas pedían que se le otorgara más importancia y con la categoría de la cuarta parte, así como de coronar todo el trabajo, como sucedía en el catecismo tridentino.
¿Usted vivía en Roma durante los años de la redacción?
–Card. Karlic: No, vivía en Paraná y allá trabajaba. Entonces no se usaban las computadoras. Recuerdo una vez que hubo que copiar nueve veces un texto con el propósito de mejorar su redacción. También la necesidad de hacer un viaje de Paraná a Santiago de Chile para hacer llegar los escritos al cardenal Medina con quien formábamos un subgrupo.
En Roma ¿Cómo se procedía?
–Card. Karlic: Nos reuníamos en el Vaticano. La Comisión de obispos y el Comité eran presididos por el cardenal Ratzinger quien era el responsable ante el Santo Padre. Era muy emocionante recibir al final de las reuniones en repetidas oportunidades al santo padre. En una ocasión lo visitamos en Castel Gandolfo. Durante las reuniones se creaba un clima de gravedad, de responsabilidad y de libertad. El cardenal Ratzinger después de escuchar con interés todo lo que se decía, hacía una síntesis clara y muy útil para los trabajos ulteriores.
¿En qué idioma se escribía?
–Card. Karlic: Se eligió el francés como idioma común para los intercambios y en los encuentros aunque sin excluir el uso de otras lenguas. Y también en la redacción del proyecto. Para la edición típica se eligió el latín que es un idioma muy apto para expresar el misterio cristiano, modelada como latín eclesiástico en la gran tradición del Magisterio, de los santos y de los teólogos. La traducción al latín duró unos cinco años, si bien la presentación del Catecismo ya terminado y aprobado por el santo padre se hizo antes de tener la traducción en latín. Y fue entregado en la versión francesa, italiana y española en diciembre de 1992 en Roma a los representantes de toda la Iglesia, como un nuevo signo de catolicidad, en un acto solemne presidido por el mismo Juan Pablo II.
Se ha hablado de un tsunami de secularización y del Vaticano II como una brújula
–Card. Karlic: El Concilio tuvo consecuencias en la función pastoral, en los códigos de derecho para la Iglesia en oriente y occidente, en la función sacerdotal, en los libros litúrgicos y el orden profético lo tuvo en el Catecismo. Sin dudas como ya dijimos el Catecismo fue un fruto profético del Concilio Vaticano II.
¿Algún particular que recuerde?
–Card. Karlic: Recuerdo la alegría del cardenal Ratzinger cuando se terminó de realizar el mismo. En realidad la redacción del Catecismo fue también un ejercicio de fidelidad al amor de Dios que nos amó primero.
El Catecismo de la Iglesia Católica y su origen
Rebeca Reynaud
El Catecismo de la Iglesia Católica (en latín Catechismus Catholicae Ecclesiae,
representado como "CCE" o “CEC” en las citas bibliográficas) es la exposición de la
fe de la Iglesia y de la doctrina católica.
Su objetivo: El prólogo dice: “Este catecismo tiene por fin presentar una
exposición orgánica y sintética de los contenidos esenciales y fundamentales de la
doctrina católica tanto sobre la fe como sobre la moral, a la luz del Concilio
Vaticano II y del conjunto de la tradición de la Iglesia”. Un catecismo es un
resumen de los contenidos esenciales de la fe.
El catecismo busca transmitir la fe eclesial, no opiniones de grupo. La “unidad en la
fe” era y sigue siendo el motivo apremiante para redactar el Catecismo. El
Catecismo debe reforzar esta unidad que no tiene nada que ver con una
uniformidad incolora (Schönborn).
Es uno de los dos catecismos de la Iglesia Universal que han sido redactados en
toda la historia (el otro es el del Concilio de Trento, siglo XVI), por lo que es
considerado como la fuente más confiable sobre aspectos doctrinales básicos de la
Iglesia católica. La redacción de este Catecismo, junto con la elaboración del nuevo
Código de Derecho Canónico representan los documentos más importantes frutos
de la renovación iniciada en el Concilio Vaticano II y que se han convertido en
textos referenciales sobre la Iglesia católica y documentos trascendentales para la
historia de la Iglesia contemporánea.
El Catecismo es un texto de dominio público para la Iglesia Universal, es decir, es
un documento que puede ser consultado, citado y estudiado con plena libertad por
todos los integrantes de la Iglesia católica para aumentar el conocimiento con
respecto a los aspectos fundamentales de la fe. De la misma manera es el texto de
referencia oficial para la redacción de los catecismos católicos en todo el mundo.
La redacción del catecismo
El Catecismo de la Iglesia Católica ha sido escrito “en orden a la aplicación del
Concilio Vaticano II”, pero la iniciativa de realizarlo no partió del concilio sino del
Sínodo extraordinario de los Obispos reunidos en 1985 para conmemorar el
vigésimo aniversario de la clausura del concilio.
José Manuel Estepa Llaurens, uno de los participantes cuenta que, el 10 de julio de
1986, se creó una comisión de doce Cardenales y Obispos, a quien competía decidir
las líneas de trabajo y aprobar los textos resultantes. Ellos abrieron la consulta a
toda la Iglesia a través de todos los obispos católicos y los institutos de teología y
de catequesis.
Una de las primeras cuestiones que abordaron fue la de examinar quién debía
escribir el libro; quizá éste fue el problema inicialmente más difícil de resolver: "la
decisión fundamental se fijó rápidamente. El Catecismo no debía ser escrito por
eruditos, sino por pastores" (Ratzinger y Schönborn, Introducción al Catecismo de
la Iglesia Católica, Ciudad Nueva, 1994, p. 24).
En ese mismo otoño de 1986, ya se estableció contacto con los seis obispos
redactores, invitándoles a que cada uno enviara sugerencias sobre el esquema
temático y expresara de qué sector o parte prefería ocuparse, de las tres partes en
las que, en principio, se estructuraría el texto. Cuando más tarde se decidió dedicar
una parte del Catecismo a la oración, se optó porque la redacción se encomendara
al padre Corbon, de Beirut (Líbano), decisión del Cardenal Ratzinger que agradó a
todos.
La designación del Padre Christoph Schönborn, dominico de la Universidad de
Friburgo (Suiza), como Secretario de redacción, transcurrido un año del trabajo, fue
un formidable acierto para avanzar en el camino. Ratzinger decía, repetidamente,
que "era más fácil dar el encargo de redactar el Catecismo -y aceptar el encargoque cumplirlo".
El proyecto fue distribuido a los episcopados de todo el mundo y a los Institutos de
Ciencias Eclesiásticas, que formularon más de 24,000 observaciones o enmiendas.
Por eso se puede decir que es fruto de una colaboración de todo el Episcopado de la
Iglesia. Por eso Juan Pablo II declaró que se puede decir que el Catecismo es fruto
de toda la colaboración del episcopado de la Iglesia católica.
Durante 6 años se estuvieron revisando las aportaciones de la iglesia mundial, a la
par que se iniciaban los trabajos de redacción. Se realizaron nueve versiones del
texto, incluyendo las modificaciones de teólogos y expertos de todo el mundo.
Durante 6 años se estuvieron revisando las aportaciones de la iglesia mundial, a la
par que se iniciaban los trabajos de redacción. Se realizaron nueve versiones del
texto, incluyendo las modificaciones de teólogos y expertos de todo el mundo.
El 11 de octubre de 1992 se publica en francés el Catecismo de la Iglesia
católica como una exposición oficial de las enseñanzas de la Iglesia. En 1993, una
nueva comisión, liderada por Ratzinger, se encargó de recibir las numerosas
modificaciones recibidas de todo el mundo de esta primera versión con el fin de
redactar en latín el texto definitivo, proyecto concluido con la publicación de la
versión latina oficial en 1997.
Hubo opositores, sobre todo entre los teólogos, porque en la década de los setenta,
"se difundió cierta aversión a los contenidos permanentes y el antropocentrismo lo
dominó todo" (Ratzinger).
Destinatarios
El Catecismo está dirigido a los párrocos y laicos interesados. El Papa Benedicto XVI
recomendó la lectura del catecismo incluso a los Obispos y la recomienda a todos
los laicos. No está hecho para los niños; aunque se han hecho ediciones infantiles a
partir del catecismo original. Muchos creyentes quieren instruirse a sí mismos sobre
la doctrina de la Iglesia, ya que para ser cristiano hay que aprender a creer, hay
que aprender la manera cristiana de vivir el estilo cristiano de vida, hay que poder
orar como cristiano, y hay que familiarizarse con los misterios, con el culto de la
Iglesia.
Estructura
El Catecismo tiene una estructura formada por cuatro pilares: credo, sacramentos,
moral y oración (tomó este esquema del Catecismo Romano o Catecismo del
Concilio de Trento). Para ser cristiano hay que aprender a creer; hay que aprender
la manera cristiana de vivir, por sí decir, el estilo cristiano de vida; hay que poder
orar como cristiano y finalmente hay que familiarizarse con los misterios, con el
culto de la Iglesia. Llegar a ser “capaz para la liturgia” quiere decir aprender a orar,
y aprender a orar quiere decir aprender a vivir, incluye la cuestión moral. Se
presenta sucesivamente lo que la Iglesia cree, lo que celebra, lo que vive, cómo
ora. Estas cuatro partes forman un íntimo conjunto (J. Ratzinger).
El catecismo está marcado en su parte moral por el optimismo de los redimidos.
((Aquí podría terminar –si parece muy largo-, incluyendo la bibliografía
que se sugiere al final))
Elaborar preguntas
A veces las personas plantean: ¿Qué fue lo que sucedió en el paraíso? ¿En qué
consistió el pecado original? El Catecismo lo explica maravillosamente cuando dice
que el primer pecado consistió en que “el hombre dejó morir en su corazón la
confianza hacia su creador” (n. 397). En este pecado “el hombre se prefirió a sí
mismo en lugar de Dios, y por ello despreció a Dios” (n. 398).
¿Son lo mismo los diez Mandamientos que la “Ley”? No. La “Ley” de la que habla
Pablo es la Torá ( Rm 13,8-10), que ha sido “cancelada” en la cruz; la instrucción
moral del decálogo mantiene su plena validez en el nuevo contexto vital de la
gracia. El Catecismo está marcado en su parte moral por el optimismo de los
redimidos (Ratzinger en el libro que escribe con Christoph Schönborn, p. 39).
El Evangelio dice que los limpios de corazón verán a Dios (Mateo 5,8). ¿Quién es
limpio de corazón? Los “corazones limpios” designan a los que han ajustado su
inteligencia y su voluntad a las exigencias de la santidad de Dios, principalmente en
tres dominios: la caridad, la castidad o rectitud sexual, el amor de la verdad y la
ortodoxia de la fe. Existe un vínculo entre la pureza del corazón, la del cuerpo y la
de la fe” (n. 2518).
El Catecismo habla de una “vocación universal a la oración”. ¿En qué consiste? Lee
los números 2566 y siguientes. Sobre las Ofensas a la dignidad del matrimonio lee
los números 2387 y siguientes. ¿Y qué dice sobre los homosexuales? Lee los
números 2357 a 2359.
Ser catequistas
Catequizar es descubrir en la Persona de Cristo el eterno designio de Dios. Se trata
de procurar comprender el significado de los gestos y las palabras de
Cristo (Schönborn).
En ninguna época ha sido tan importante como hoy el instruirse en religión. Dar
catequesis y enseñar la diferencia entre el bien y el mal es el más grande de los
apostolados. Este trabajo depende en un 99% de Dios y en un 1% de nosotros. El
profeta Daniel escribió: “los que enseñan a otros la religión, brillarán como estrellas
por toda la eternidad” (12,3). Luego, hay que estudiar y memorizar. Escribía un
sabio: “enseñar catecismo sin hacer aprender nada de memoria es formar ateos”.
La primera cualidad para ser buen catequista está en su buena conducta. El Papa
Pío XII decía: “Los niños tiene malos oídos para escuchar, pero muy buenos ojos
para observar”. Si quieres enseñar a ser amable, sé amable. La segunda cualidad
del catequista es la piedad. La piedad consiste en saberse hijos de Dios y tratarle
como Padre, con amor, y en ser agradecidos. Si quiere que los demás amen a Dios
ha de empezar por amar él mismo a Dios. La tercera cualidad es la convicción
profunda. Cuando uno está convencido de lo que dice, se vuelve orador sin darse
cuenta y convence a los oyentes. “El nombre de cristiano exige una adhesión
irrevocable a las verdades enseñadas por Jesucristo” (CEC, 88).
La cuarta cualidad es amar a los alumnos. Sin amor ni el niño ni el adulto
aprenden. A la gente no se le puede hacer el bien si no se le ama. Hay que pedirle
a Dios el amor al prójimo ya que es un don sobrenatural. La quinta cualidad es la
paciencia. San Antonio Claret enseñaba hasta doce horas diarias sin sentir
agotamiento porque estaba enamorado de Cristo y de las almas.
Otra cualidad importante es la de tener el hábito del estudio. De acuerdo con la
UNESCO, Japón tiene el primer lugar mundial, con el 91% de la población, en el
desarrollo del hábito de la lectura. En segundo lugar se encuentran Alemania y
Francia, con un 67%, y después Estados Unidos, con un 65%. Mientras en México
se calcula que únicamente el 4% de la población cultiva el gusto por la lectura.
Los que han hecho de la Universidad su forma de vida –dice Alejandro Llano- son
los que saben que el estudio es el método más adecuado para cambiar la sociedad
desde dentro. La sociedad se mejora en el intenso silencio de las bibliotecas, en la
atención concentrada de los laboratorios, en el diálogo riguroso y abierto de las
aulas, en el servicio solícito de las oficinas y talleres, en la atención delicada y tenaz
a los enfermos (Apertura de Curso 1995-96, Universidad de Navarra.).
Lo importante es entender con mayor profundidad que Dios nos ama. Decía
Chesterton que tantas cosas se vuelven santas sólo con volverlas del revés. Creer
en que Jesucristo es el Hijo de Dios es darse cuenta de que es Él quien ha creído
antes en cada uno de nosotros. Quizás muchos que desprecian o se muestran
indiferentes ante la doctrina cristiana se asombrarían si percibieran el amor con que
Cristo les estima; pero esto es ya un don de Dios. Un don que otorgará, sin duda, a
todo aquél que lo busque since.
Se recomienda leer un pequeño libro de dos autores, que ha sido citado aquí: Joseph
Ratzinger, Christoph Schönborn, Introducción al Catecismo de la Iglesia Católica.
Ciudad Nueva 1994.
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